No me gusta
la poesía buena. No me gusta contar sílabas. Me aburre fijarme en qué fonema
terminan los versos. Me molestan los juegos intelectualosos de palabras raras
que en alguna de sus acepciones crean alguna disonancia. Me inquietan las
metáforas forzadas, me dan risa las rimas. Me caen mal los que escriben y no
leen, porque son como los que hablan y no escuchan. No me gusta la poesía buena
desligada del sentimiento, no me gusta la poesía que sólo divierte porque creo
que para eso están los bares; al igual que odio la poesía que deja enseñanzas y
moraliza porque no creo que nadie le tenga que decir qué hacer a alguien que no
conoce. En fín, si la poesía no tiene tripa, prefiero hacer crucigramas.
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