Decía que
las mariposas eran las palabras que se decían al oído, que cuando se escuchaban
eran demasiado hermosas para retenerlas, e inevitablemente debían volar. Que a
las palabras le crecían alas cuando la mano que vestía su espalda se enredaba
en el pelo, y soplaban acompañando la cadencia del viento que eriza la piel, y
hace temblar un poco las piernas. Decía esas cosas mientras revoloteaba por
todo el cielo bailando con la tristeza del mar y con el vigor de las olas.
Visitaba los espacios y las galaxias, los ríos y las calles, el sol y la noche
más oscura. Y siempre decía las mismas cosas, siempre buscaba la mariposa de colores
enamorados con el deseo posado en sus alas. Me fascina pensar en eso… en cada
palabra que no vemos porque la boca está rozando la cara, se desprende una
mariposa. En cada mariposa hay una lágrima posada en su ala que le demora el
vuelo. La lágrima suspendida trasciende los universos con la furia de las olas.
Las mariposas siempre sobrevolarán los mares porque lo más hermoso nos hace
levantar la vista al cielo. Y de pronto ahí, como el rayo de una nube que
agoniza en la tormenta, en un suspiro inevitable, nos damos cuenta de que en
puntas de pie la danza de las palabras aladas está mucho más cerca de los oídos
de lo que pensábamos, que sólo hay que alzarse al vals del viento y decir:
estas son tus alas enamoradas.
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